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Perdidos en la jungla urbana

  • Federico Alonso
  • 25 nov 2018
  • 3 Min. de lectura


Tras casi 24 horas de viaje al fin desembarcamos.


Lo primero que me llamo la atención fue sin duda el aeropuerto, Narita Internacional, enorme como podéis imaginar, nada que ver con Manises (Valencia). Aunque había niebla (llegamos por la mañana) se podía percibir la inmensidad por todas partes. Tras pasar el control de aduanas intentamos ver cómo llegar a nuestro apartotel. Se encontraba en un barrio a las afueras de Tokio, llamado Chidoricho, o algo así. Tras discutir un rato, cansados y con las maletas a cuestas, decidimos coger un tren que nos acercara todo lo posible. Era silencioso, limpio y bastante más cómodo que la lata de sardinas con alas con el que habíamos llegado a Japón.


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La ciudad es una jungla urbana, kilómetros de edificios en todas direcciones, 30 millones de habitantes y unos turistas muy perdidos requieren mucho espacio. Un taxi nos acercó al lugar deseado, no hablaba mucho, y creo que era no solo porque no teníamos ni idea de japo, sino porque los taxistas de allí no son unos charlatanes como los nuestros.



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El barrio era tranquilo, con casas pequeñas como las que ves en esas series de dibujos (¿habéis visto Doraemon?). Hay pocos coches circulando, y no se puede aparcar en la calle como aquí. Allí el espacio es sagrado, y desperdiciar tanto para unos trastos de metal es absurdo. Se meten en casa, en pequeños patios o garajes, o en los parkings que hay esparcidos por ahí. Las calles son estrechas, salvo las principales, que es donde se aglutinan las tiendas y los famosos 24 horas, tan comunes como son los bares por aquí. Hay mucha tranquilidad, y no hay basura en el suelo. Ni una colilla. Estos japos...


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El metro y el tren son la clave de la ciudad, hay cientos de estaciones, y no exagero, que conectan toda la ciudad. Hay algunas claves claro: Shibuya. Shinjuku, Sinagawa, Tokyo Central... No teníamos coche y el taxi es muy caro. Nos movíamos como el resto de la ciudad, apretujados en los vagones. En hora punta no puedes ni toser, lo digo en serio, estaba pegado a siete japoneses con traje y un par de estudiantes en uniforme. Debe ser el único momento del día donde los nipones se tocan entre ellos, jeje. Silencio absoluto, salvo la megafonía y los empujadores, siempre tan amables.


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El centro es muy distinto a Chidoricho, grandes rascacielos, carteles gigantes, edificios de oficinas y gente por todas partes. No hay polución como en Pekín, que es nauseabundo y no se puede ver el cielo, aunque cabe decir que estuvo lloviendo varios días de los que estuvimos por allí. Hay pequeños restaurantes por doquier, cruces de vías y pasos a nivel.

Para aprovechar el espacio los japos emplean el espacio a conciencia. McDonald en subterráneos, restaurantes en varias plantas con ascensores conectándolo. Máquinas recreativas en el segundo piso y maid cafes en la tercera.  Organización y disciplina, eso caracteriza a la sociedad japonesa. 


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Los trenes llegan puntuales y cada 5 minutos, pasan pegados a los edificios, de hecho creo que podrían hasta tocarlos con la mano si me motivo. Por la noche los cansados trabajadores comen en algún pequeño local para recuperar fuerzas, o compran algo en un 24 horas para llevar. Siempre respetan a los demás (nunca nos atropelló alguien por la calle, y caminamos MUCHO) y los conductores no se creen dueños de la calle. Un poco idealizado es cierto, pero el contraste es grande eso seguro.  Es otro mundo.


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